Crónica de boda de un 18 de septiembre

  1. a) Si le doy ochocientas vueltas, mejoraré el plan.
  2. b) Si le doy ochocientas vueltas, me volveré loco.
  3. c) Si le doy ochocientas vueltas, dejaré de pensar en cuál es el sentido de nuestra existencia.
  4. d) Todas las anteriores son ciertas.

 

LOS PREPARATIVOS

Lo anterior ocurre en todas las bodas. Si no empiezo a grabar a primera hora de la mañana, todavía más.

Fiesta mayor en Esplugas. Solo con el sonido de los ensayos, los cimientos de la casa tiemblan. Ergo, los cimientos de mi cabeza tiemblan al mismo ritmo. Se supone que en casa todos somos PAS, que es una manera de decir que nos PASa a algo a todos, me pregunto si hay gente a la que no le PASa nada, lo que debe ser una manera muy poco ambiciosa de vivir nuestro tiempo en esta vida.

 

«Nos vamos a Llavaneras todo el finde», es la conclusión a la que llega el comité de crisis de la familia. Es viernes por la tarde, termina la primera semana de coles, cogemos los trastos y salimos de casa, cargados hasta las cejas con todos los trastos que llevo a la boda de mañana, el carrito de la compra, el perro y la mala noticia: dice Google Maps que hay una caravana del demonio. 

 

En mi cabeza, Alegría se esconde bajo la mesa, mientras Ira, Tristeza y Angustia se pelean por coger el  volante. Marta lo resuelve de un plumazo: «Compramos bocatas y cenamos por el camino».

Acompañamos los bocatas del Viena con música de los Beatles, y el trayecto se nos hace corto. Es lo que ocurre siempre cuando viajas con Marta Pi.

 

Sábado por la mañana. Tengo boda. No me esperan en casa de la novia hasta las 15h. ¡Las 15h! Es muuuuy poco habitual que empiece tan tarde. Pensando en qué es mejor para las parejas que nos contratan, las posibilidades de que me quede en casa son iguales o inferiores a cero. Así que le doy mil vueltas al plan y decido que lo mejor que puedo hacer con mi vida es irme en coche a la venue. Sant Sadurní está a 1 hora de Llavaneras.

Antes de marcharme, le monto una cuarto de estudio a mi hija a cuatro pisos de altura. Subo la mesa, subo la silla, subo la lámpara, escucho a una Marta Pi que se pregunta en voz alta si esa actividad fuera de la agenda no es perjudicial para la extraña contractura que apareció repentinamente en mi cadera el jueves por la tarde y que me impidió caminar durante unas horas. Marta Pi sabe que no voy a contestar a esa pregunta retórica, pero eso no le impide hacer oídos sordos preventivos.

– ¿Tú no nadas nada?

– Es que no traje traje.

 

Ese es el nivel en mi casa antes de una boda. Después de una boda empeora.

 

 Llego a la venue, saludo, hablo con las wedding, hablo con los sonidistas, conozco el espacio y veo a un tipo con otra cámara de vídeo. Resulta que lleva 3 días grabando el montaje y lo tiene todo. Es más, me lo pasará todo, Es más: ¿habrá más? Me fascina la situación, y cualquier excusa es buena para dejar de pensar durante unos segundos en todo lo que puede salir mal en un día de boda. Durante unos segundos deliciosos, me pregunto si ese tipo tendrá TODO grabado en el espacio – tiempo mundial en los últimos 3 días. Quizá, revisando en su footage, descubra por qué me empezó a doler la contractura el jueves. Sé que fue una mala posturita durmiendo en el asiento de atrás del coche con Julieta, pero eso es otra historia que, por cierto, pareció de muy escaso interés al traumatólogo de urgencias. Yo aún diría más, le ofendió, pero creo que es culpa suya: el hombre nos visitaba a todos en un despacho lleno de fotografías de pacientes de otro médico, agradeciendo a ese otro médico lo bien que hacía las cosas. Mi médico me dijo con cierta indignación que yo no tenía nada. Si le dice eso a todo el mundo, no me extraña que nadie le dedique fotografías.

 

– ¿Dónde dejo los trastos luego? – pregunto a una chica de la organización. Sigo en la venue.

– Ven, te acompaño. Qué curioso oír tu voz, la conozco de los podcasts. La voz de tu hija es lo más.

 

Mis hijas son lo más. Marta es lo más. Mi introversión empedernida es lo más y bloquea el volante y no sé qué decir. Sí sé que Alegría vuelve a ocupar el asiento del piloto.

 

Salgo de la venue 2 horas antes de mi supuesta hora de llegada a casa de la novia. Tiempo suficiente para repasar mentalmente el planning otra vez y replantear el momento más delicado del día. ¿Cómo sales de casa de la novia a las 16,30h, en el menor de los casos,  aparcas cerca de la iglesia de Sarrià (el parking está lejitos, y con 400 invitados el parking estará a reventar, aunque haya autocares contratados), cargas con 4 cámaras, dos grabadoras de sonido, 3 trípodes, y llegas a tiempo para subir al coro de la iglesia en el primer piso, hacerte un sitio entre los músicos, dejar la cámara grabando, conectar una grabadora de sonido a un altavoz, dejar una segunda grabadora en el atril y preparar dos cámaras para grabar la entrada de los novios?

 

Lo tengo. Iré en moto.

– OK Google. Llama a Marta Pi con manos libres.

Pausa.

– Marta, llama a las floristas, pregúntales si la iglesia está abierta.

– ¿Qué pasa?

– Nada, cosas mías. Si está abierta voy ahora a montar una cámara.

– Voy.

Pausa

 

– Las floristas dicen que está cerrada hasta las 15,30, pero que se quedan con tu cámara y la llevan ellas si quieres.

 

Las floristas son un encanto mayúsculo. por eso son floristas. Por eso estuvieron en nuestro podcast. «Dales las muchas gracias pero voy por otro lado».

 

Llego a casa. Voy a buscar la moto. Arranca bien, eso no ocurre siempre. Sin ir más lejos, el miércoles improvisamos un rodaje corporativo y la moto se negó a ir. Es una Superdink, supongo que porque tiene superpoderes, y sabía que el rodaje en cuestión no serviría de nada. A menudo los clientes de vídeos corporativos quieren cosas muy diferenciadoras sobre el papel, pero luego se abandona el camino de la conceptualidad en favor de la literalidad, y todo es más aburrido. No PASa nada. Es como los planos que grabas en una boda. Puedes intentar que sean descriptivos o que sean sugerentes. Hay gente para todo y hay momentos para todo. Y hay motos para todo. La Superdink me lleva con una superbolsa colgada a la espalda, tres supertrípodes colgando por los lados y una superbolsa entre las rodillas.

 

Llego a Novia’s. Faltan 15 minutos para mi hora de llegada oficial. Si fuera por mí, hubiera estado allí toda la mañana, pero prefirieron otro camino. Entonces, ¿llamo ya? ¿O me espero a las 15h en punto?

Compruebo la dirección en mi timing. «La novia está en Calle De La Novia nº6». Estoy en la puerta, pero no es una casa, son 8 casas. Por cuestiones de privacidad, no tengo el teléfono de la novia. Así que llamo a Marta Pi, que a su vez hace una llamada, y vuelve al rescate de su marido: «Es la 4».

 

Quedan 10 minutos. ¿Subo ya? Me acuerdo de lo que dijo un tipo de éxito en un podcast americano: «Si llegas a la hora, llegas tarde». Me acuerdo de lo que dijo un inglés: «Ser puntual es llegar a la hora exacta, ni antes ni después». Me pongo en la piel de la novia: si fuera ella, preferiría tener 10 minutos más de imágenes. Arrancamos.

 

LA CEREMONIA

 

Hora de salir de casa de la novia. No llueve, diluvia.

Saco el chubasquero de la Superdink. Tras varios intentos, me doy cuenta de que definitivamente no es un superchubasquero: o me cubre a mí, o cubre a una de las bolsas, pero no le pagan lo suficiente como para cubrirnos a todos a la vez. Lo sorteo a cara o cruz mental y me voy a la iglesia. 

 

Sarriá es laberíntico cuando quiere. Estoy al lado de la iglesia, solo tengo que recorrer 20 metros en una calle desierta, en contra-dirección. Hemos venido a jugar. ¿Qué posibilidades hay que bajen los Mosss justo en ese momento?

Me meto en contra-dirección y aparecen los Mossos. F’n unbelievable. Alegría se aparta del volante de la cabeza y asoma Creatividad featuring Sentido del Humor. Paro la moto y hago ver que estoy buscando el nombre de la calle, con cara de panoli perdido bajo la lluvia. Me recuerdo a Joey Tribbiani cuando pone cara de «oler a pedo». A lomos de la Superdink pongo una supercara, que traspasa las barreras físicas y visuales en forma de casco y transmiten energía positiva al coche de los Mossos, que simplemente me ignora, lo que me alegra y decepciona al mismo tiempo.

 

Por un momento pienso en gritarles:

– ¿Es que mi dinero no vale aquí? ¿Pago mis impuestos para que ignoréis a los delincuentes?

 

A nadie le gusta ser ignorado, excepto cuando grabas una boda delante de 400 personas. Entonces no quieres liarla en altar. No te pones tus habituales bambas de colores diferentes, te conformas con llevar las mismas bambas y, simplemente, cordones de colores distintos. Hace dos semanas, en Valencia, estaba granado un aperitivo de otras 400 pax aprox, me giré y estuve a punto de golpear a un invitado jefazo, con su plato de no-sé-qué superbueno y superensuciante, palabra inexistente para describir el momento que tampoco sucedió, aunque estuvo a punto de suceder: le tiras a un superinvitado la comida por encima, de manera que se pasa toda la boda hecho unos zorros por tu culpa. Si me ocurre un día, yo también me ensuciaré, le diré que «estamos juntos en esto» y le daré mi tarjeta. No hablo de la tarjeta de Ensu, ni la de Camarote, la tarjeta especial de Asesino a Sueldo que hice para mis 40 años, pero esa es otra historia.

 

Hablo con la gente del supercoro superfamoso para dejar mi supercámara master en un rincón. Ato un micro de corbata a un altavoz con cinta adhesiva, y pasa el tiempo, y la ceremonia va muy bien, y ya se han casado, y le digo a Enzo que cambiemos de lado, y paso por el altavoz y veo que la cinta adhesiva se ha soltado, y que el micro de corbata tuvo la sabia decisión de caer encima de una vela. No lo parece, pero es una sabia decisión, porque es una de las pocas velas que no estaba encendida. Aún así, el micro quema como si hubiera visitado el centro de La Tierra un 15 de agosto a las 14h. Supongo que, de haber caído en una vela encendida, el micro se hubiera incendiado, y los 400 invitados hubieran tenido una historia más que compartir durante el aperitivo.

 

Se me ocurre una nueva línea de negocio: dar temas de conversación a los invitados de una boda. Pack de salida: quemar un micro en la ceremonia + tirar la comida encima de los invitados. Pensaré el precio.

 

Termina la ceremonia. Llueve. Recojo todo, menos la cámara master. No quiero dejar la supermaleta con las supercámaras al alcance de los ladrones en las iglesias de la zona (ya hemos pasado por eso), así que subo al coro del primer piso por esas escaleritas estrechas monas, con la supermaleta a los hombros y la contractura amenazando con volver. Llego arriba, tres de los violinistas más prestigiosos del país se interponen entre la cámara y yo. «Hacer parar a los músicos para coger una cámara, otro tema de conversación para los invitados en nuestro próximo negocio». De momento no lo testeo y vuelvo a bajar con la maleta. 

 

Los novios siguen en altar. Oigo que la música arriba se ha detenido. Es el momento. La maleta y yo volvemos a subir. A medio camino, los músicos vuelven a tocar. Así que vuelvo a bajar con la maleta, y me hago sitio entre invitados y fotógrafos para grabar la salida de los novios, pensando en cómo conseguir queno se moje la cámara bajo la lluvia. Checked. 

 

Me hago sitio entre los invitados para volver a entrar a la iglesia. Checked. 

 

Vuelvo a subir arriba, detrás de un invitado que pregunta por un baño.Checked. 

 

Recupero la cámara.  Checked  .

 

Pongo rumbo a la venue. Checked.

 

Es domingo, hacer tiempo antes del partido del Madrid, mientras hago copias de seguridad de las tarjetas.  Checked.